Las restricciones contra la pandemia dividen la sociedad neerlandesa
Tercera noche consecutiva de violencia en los Países Bajos, con 184 detenidos.
Una tercera noche consecutiva de violencia para protestar contra las restricciones de la pandemia, con casi doscientos detenidos, ha sacudido los cimientos de la sociedad neerlandesa. Los habitantes de los Países Bajos se preguntan qué ha sido de aquella nación con fama de estable, aburrida, decente e intelectualmente tolerante, a pesar del avance en los últimos años de fuerzas xenófobas populistas de extrema derecha contrarias al islam y a la inmigración en general.
Los sucesos del domingo por la noche volvieron a repetirse veinticuatro horas después en localidades grandes y pequeñas de todo el país (Rotterdam, Amsterdam, Haarlem, La Haya, Den Bosch, Helmond, Alphen, Amersfoot…), donde grupos de manifestantes predominantemente (pero no solo) jóvenes rompieron escaparates, destrozaron coches, saquearon un supermercado, arrojaron piedras y lanzaron fuegos de artificio, lo cual desembocó en enfrentamientos con la policía y 184 arrestos.
Los jóvenes (y no tan jóvenes) se rebelan contra el primer toque de queda desde la ocupación alemana
Aunque el Gobierno insiste en que se trata de “simples delincuentes y alteradores del orden a quienes hay que tratar como tales”, el trasfondo es más complicado, y las razones del descontento tienen que ver con las medidas para combatir la pandemia (la ciudadanía nunca había sido sometida a un toque de queda desde la ocupación nazi en la II Guerra Mundial), pero van más allá. El impacto de la globalización, igual que en Estados Unidos o Gran Bretaña, ha alterado una sociedad que era étnicamente homogénea y con una profunda base religiosa (tanto protestante como católica), provocando una fisura entre quienes hacen del liberalismo y el multiculturalismo su seña de identidad, y quienes se sienten abandonados y traicionados por la tecnología, el secularismo, el estancamiento económico, la austeridad, la inmigración, el Islam y la llegada de refugiados, haciendo de todo ello un mismo paquete. En este sentido, los habitantes de regiones como Brabant y Limburg (de donde procede el líder ultraderechista Geert Wilders), rurales y con ciudades pequeñas que no llegan a los cien mil habitantes, no son tan distintos de los pescadores ingleses pro Brexit de Devon y Cornualles, o de los fanáticos trumpistas de Ohio.
Los Países Bajos tienen una tradición libertaria que se remonta al siglo XVI y la época de las Provincias Unidas, de mercantilismo, tolerancia religiosa y de todo tipo (abrió las puertas a Descartes, a los judíos, a los hugonotes franceses y a quienes huían de la persecución en Inglaterra), autonomía local, descentralización, gobierno limitado y Estado pequeño, que aún hoy se refleja en la crítica a los “derrochadores” países meridionales. La imposición de un toque de queda de nueve de la noche a cuatro de la madrugada, la obligación de quedarse en casa y la imposición de multas de hasta 95 euros (cobradas con eficacia prusiana) a quienes incumplan las normas van en contra de ese espíritu y enfrentan a los jóvenes y libertarios con quienes tienen tanto miedo que están dispuestos a otorgar poderes sin precedentes a las autoridades.
En los últimos meses ha habido en los Países Bajos protestas contra la pandemia, y también a favor del Black Lives Matter , pero ninguna tan violenta como la de las dos últimas noches. Un Estado que históricamente ha concedido a sus súbditos libertades que otros negaban a los suyos ha tomado medidas drásticas para intentar controlar el virus. Y al hacerlo, ha exacerbado tensiones que estaban latentes.